Cuando yo daba clases de
marketing a tiernos chavales de 18 años, (ahhhh, qué tiempos aquellos en los
que había trabajo y en los que podías transmitir a los jóvenes la ilusión por
ser buenos profesionales y llegar a lo más alto por tus conocimientos y preparación),
recuerdo que en los primeros días de cada curso, las primeras lecciones
versaban sobre el concepto del marketing, lo que es y hace el marketing, y lo
que representa para la sociedad.
Veíamos con atención las
diferentes definiciones y concepciones del marketing establecidas por los más
famosos expertos y gurús en el tema, definiciones y concepciones que se basaban
siempre en teorías de mercado, teorías sociológicas, teorías económicas y
teorías de comunicación. Así veíamos cosas como que el marketing era acercar
los productos a los mercados, descubrir necesidades de las personas y
satisfacerlas, a veces crear necesidades nuevas y productos adecuados para
ellas, investigar hábitos y costumbres de las personas para desarrollar los
productos y servicios que les procuren una mejor calidad de vida, etc, etc.
Siempre, claro está,
había un trasfondo en todas estas afirmaciones, de empresas que desean vender
sus productos, para lo cual tienen que descubrir o “inventar” los mercados
necesarios y apropiados que los compren. En definitiva, una legítima y honrada,
aunque no siempre era así, transacción en la que unos reciben algo que piensan
o creen que necesitan, y otros reciben una contraprestación económica que
mantiene vivos sus negocios y productos.
Tras todas estas
definiciones y conceptos escritos y admitidos por la sociedad, finalmente yo
aportaba mi particular concepto del marketing. Les decía por tanto que para mí
el marketing no era otra cosa que “sentido común”. Sentido común aplicado a la
observación de las personas y a la evolución social para tratar de conocer qué
desean, qué necesitan, qué cosas les hacen falta, y con todos ello, intentar
disponer de los productos y servicios necesarios para cubrir todas esas
necesidades y anhelos. Con una premisa fundamental, siempre con la verdad por
delante, porque si bien es cierto que hay quien piensa que crear necesidades
que no existen es engañar, yo creo que no, creo que crear necesidades es ser lo
suficientemente creativo e imaginativo como para lograr descubrir lo que las
propias personas aún no han descubierto de sí mismos.
Pero amigos, eran otros
tiempos, tiempos en los que se funcio0naba con la economía productiva, esa que
crea riqueza a través de los bienes y servicios que produce. Ahora esta
economía ya no está de moda, esta economía se ha quedado para los pobres
pardillos que no saben, no quieren o no pueden especular, ahora lo que se lleva
es la economía especulativa, esa en la que sin producir absolutamente nada, es
capaz de enriquecer a unas pocas personas simplemente moviendo dinero de un
lado a otro, y en muchas ocasiones, dinero que ni siquiera les pertenece.
También eran los tiempos
de la política “de la población”, aquella política en la que los políticos se
preocupaban, o al menos no despreciaban tan claramente como ahora, a los
ciudadanos que les daban su confianza.
Por eso me cabrea oír
tantas veces cuando los políticos nos engañan una y otra vez, que son
operaciones de marketing. No señores, el marketing es algo mucho más bonito,
mucho más honrado y mucho más útil y necesario para la sociedad, que la simple
y barata propaganda que ustedes hacen.
Y a los señores
periodistas y tertulianos varios que comentan y saben de todo, por favor les
pediría que no manchen el nombre del marketing, llámenle propaganda y si
quieren simplemente, llámenle “POLIKETING”.
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